El brillo del sol me hace entrecerrar los ojos por momentos y el viento hace que mi cabello baile en estilo libre. Cantan, las aves cantan y trato de identificar a cada una, pero son tantas que es imposible. Su alegría hace que todo sea un poco más lento, y que mi viaje dure un poco más.
El río suena no tan lejos, y escucho cómo por momentos acaricia las piedras, y cómo por momentos las azota sin piedad. Esta relación amor/odio me llama a gritos, pero aún no es el momento. Debo disfrutar mi viaje.
Mis dedos se sienten húmedos y mi vestido solo sabe volar. Algo me recorre todo el cuerpo, y no logro identificar qué es, hasta que el paisaje se torna vidrioso. Pestañeo, vuelvo a pestañear. Todo vuelve a verse normal, y ahora ella recorre mi mejilla. Extiendo los dedos y disfruto la brisa en mi cuello.
Siento que ya es hora y me suelto un poco más. Todos los músculos de mi cuerpo están preparados para este momento, y se relajan para permitirme disfrutarlo al máximo. Mi espalda toca el suelo, luego lo hacen mis piernas, y finalmente, mi cabeza. El pasto me abraza y no planea dejarme ir. Lo abrazo yo también, pero es momento de levantarse.
Mis pies se aferran al pasto que los vuelve a recibir, siempre tan fresco. Extiendo los brazos. El viento me recorre todo el cuerpo y mi alma se eleva.
Vamos de vuelta.
Sábado 28 de mayo de 2011.
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