Aún es de día, se supone que no deberías estar aquí. Yo estoy tranquila, leyendo un libro. Paso la página, pero esta se regresa, así que tengo que sujetarla con los dedos. Me abstraigo en la lectura, o al menos eso trato de hacer, pero no me dejas concentrarme.
Me recuesto en el sillón, pero no quiero estar echada, así que me vuelvo a sentar. Luego me levanto… camino. Qué incómoda estoy.
No me dejas estar tranquila. Tu presencia es demasiado fuerte y me hace querer salir corriendo, pero al mismo tiempo hace que quiera quedarme. Eres cautivante.
Tengo frío. Y miedo. Pero siento que me das calor. Me siento sola y haces que me sienta acompañada. Vuelvo a sentarme, ya estoy más tranquila.
Abro el libro de nuevo y ahora sí puedo leer, ya no me inquietas. Eres extraño, ¿sabes? Algunas veces me inspiras confianza. Otras, temor. Y creo que es exactamente eso lo que me encanta de ti.
Subo las escaleras con un poco de temor. Miro a todas partes para asegurarme que te quedes donde estás, pero tú siempre haces lo que quieres, y sin que me diera cuenta, has subido conmigo. Siento tus pasos detrás de mí, pero no quiero mirarte. Me da miedo imaginarte mirándome sin saber qué hacer.
Las luces se apagan. Fuiste tú. No logro ver nada y estoy muerta de miedo. Siento tu respiración en mi nuca. Cierro los ojos como si eso fuese a solucionar algo, pero solo siento tu presencia cada vez más cerca. Dices algo que no logro entender y solo atino a pedirte que no me hagas daño. Ya sé que no lo harás, pero el temor me hace decir locuras.
Entro al cuarto y me recuesto en la cama. Luego siento que tú haces lo mismo. Te doy la espalda, pero una fuerza indescriptible hace que voltee. Por instinto, vuelvo a cerrar los ojos, pero sé que debo abrirlos… Sé que ha llegado el momento. Hay un fantasma a mi costado. Y ya es hora.
Viernes 10 de junio de 2011.
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