lunes, 26 de septiembre de 2011

Cena


Me he quitado los zapatos y me he sentado en la alfombra a contemplarte. ¡Con qué facilidad te mueves en la cocina! Me concentro por un momento en los imanes de la refrigeradora y pienso en lo lindo que se ven sus colores en contraste con el de la puerta. Cómo resaltan. Luego mi mirada vuelve a ti. Dejaste abierto el primer botón de tu blusa, hiciste un nudo con la basta, y tu ombligo aparece de cuando en cuando, sobre ese pantalón negro entallado que tanto me gusta.

Te has recogido el cabello y colocaste un pañuelo rojo sobre él, como si fuese una vincha. Sobre tus labios rojos se posan las letras de nuestras canciones favoritas, y con complicidad me miras, por encima de tus lentes negros de carey.

Tu mano izquierda se desliza sensualmente sobre el repostero, mientras la derecha toma un cuchillo, y por un momento te imagino acercándote a mí, con esa mirada coqueta, y clavándolo lentamente en mi vientre.

Regreso a ti y me estás sonriendo. “¿Qué pasará por esa cabeza loca?”, preguntas, pero soy demasiado cobarde para contestar. Y por último, no tiene sentido, porque esa idea ya se fue y te he vuelto a ver linda, como me gusta verte. Así que solo sonrío. Qué cabrón, me volví a quedar callado.

Te acercas a mí muy despacio, con algo de preocupación en tu mirada. Me preguntas si estoy bien, dices que me veo pálido. Te contesto que estoy bien, que quien se ve pálida eres tú… Estás hasta ojerosa. “Sí, anoche no me dejaste dormir mucho”, me dices con picardía, mientras vas de regreso a la cocina.

Y ahora me imagino yo con el cuchillo, y me veo acercándome sigilosamente por detrás de ti. Me abrazo de tu cuello y tú ríes, pero empiezas a temblar cuando te das cuenta lo que hay en mi mano. No gritas, eso me gusta de ti. Tiemblas y no puedes hablar, lo que hace mi labor mucho más sencilla. Solo una lágrima te adorna la mejilla mientras deslizo el artefacto a través de tu garganta. Una lágrima de dolor en tu rostro, una de felicidad en el mío.

“¡Oye!” me gritas, y reacciono nuevamente. Volví a despegarme, y regreso un poco asustado, pero tú ni te das cuenta y te ríes de mi “distracción”.

La cena está lista. “Vamos a comer, bebé”, me dices con los labios cargados de amor.


Has preparado mi comida favorita y me pides que me siente en la cabecera, como un rey. Traes los platos servidos y todo se ve delicioso. Te sientas. Brindamos. No dejamos de mirarnos a los ojos mientras bebemos el primer trago de vino. Bajamos las copas y empezamos a comer.

Tus ojos brillan como en nuestra primera cita, y me preguntas si me gusta lo que has cocinado. “Está buenísimo”, contesto. Sonríes.

Conversamos de todo un poco, como hace un buen tiempo no hacíamos. Terminamos de comer y seguimos conversando. Reímos mucho también. Y de pronto me dices por qué sonríes tanto.

“Hoy, tu comida tiene un ingrediente especial”. Y vuelves a sonreír.

Recuerdo todas mis visiones, y luego cierro los ojos.

Sábado 24 de septiembre de 2011


Fotografía: Valeria Obregon, Bs. As., Argentina, edición de Carla Marroquín.

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