Me he quitado los zapatos y me he
sentado en la alfombra a contemplarte. ¡Con qué facilidad te mueves en la
cocina! Me concentro por un momento en los imanes de la refrigeradora y pienso
en lo lindo que se ven sus colores en contraste con el de la puerta. Cómo
resaltan. Luego mi mirada vuelve a ti. Dejaste abierto el primer botón de tu
blusa, hiciste un nudo con la basta, y tu ombligo aparece de cuando en cuando,
sobre ese pantalón negro entallado que tanto me gusta.
Te has recogido el cabello y
colocaste un pañuelo rojo sobre él, como si fuese una vincha. Sobre tus labios
rojos se posan las letras de nuestras canciones favoritas, y con complicidad me
miras, por encima de tus lentes negros de carey.
Tu mano izquierda se desliza
sensualmente sobre el repostero, mientras la derecha toma un cuchillo, y por un
momento te imagino acercándote a mí, con esa mirada coqueta, y clavándolo
lentamente en mi vientre.
Regreso a ti y me estás
sonriendo. “¿Qué pasará por esa cabeza loca?”, preguntas, pero soy demasiado
cobarde para contestar. Y por último, no tiene sentido, porque esa idea ya se
fue y te he vuelto a ver linda, como me gusta verte. Así que solo sonrío. Qué
cabrón, me volví a quedar callado.
Te acercas a mí muy despacio, con
algo de preocupación en tu mirada. Me preguntas si estoy bien, dices que me veo
pálido. Te contesto que estoy bien, que quien se ve pálida eres tú… Estás hasta
ojerosa. “Sí, anoche no me dejaste dormir mucho”, me dices con picardía, mientras
vas de regreso a la cocina.
Y ahora me imagino yo con el
cuchillo, y me veo acercándome sigilosamente por detrás de ti. Me abrazo de tu
cuello y tú ríes, pero empiezas a temblar cuando te das cuenta lo que hay en mi
mano. No gritas, eso me gusta de ti. Tiemblas y no puedes hablar, lo que hace
mi labor mucho más sencilla. Solo una lágrima te adorna la mejilla mientras
deslizo el artefacto a través de tu garganta. Una lágrima de dolor en tu
rostro, una de felicidad en el mío.
“¡Oye!” me gritas, y reacciono
nuevamente. Volví a despegarme, y regreso un poco asustado, pero tú ni te das
cuenta y te ríes de mi “distracción”.
La cena está lista. “Vamos a
comer, bebé”, me dices con los labios cargados de amor.
Has preparado mi comida favorita
y me pides que me siente en la cabecera, como un rey. Traes los platos servidos
y todo se ve delicioso. Te sientas. Brindamos. No dejamos de mirarnos a los
ojos mientras bebemos el primer trago de vino. Bajamos las copas y empezamos a
comer.
Tus ojos brillan como en nuestra
primera cita, y me preguntas si me gusta lo que has cocinado. “Está buenísimo”,
contesto. Sonríes.
Conversamos de todo un poco, como
hace un buen tiempo no hacíamos. Terminamos de comer y seguimos conversando.
Reímos mucho también. Y de pronto me dices por qué sonríes tanto.
“Hoy, tu comida tiene un
ingrediente especial”. Y vuelves a
sonreír.
Recuerdo todas mis visiones, y
luego cierro los ojos.
Sábado 24 de septiembre de 2011
Fotografía: Valeria Obregon, Bs. As., Argentina, edición de Carla Marroquín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Shoot me.