Recuerdo esa noche. La recuerdo
como si hubiese sido la noche de ayer. Te di el encuentro en nuestro café, y
nos fuimos a caminar juntos, como solíamos hacer. Compraste unas cervezas y las
bebimos sin pensar en lo que podría pasar, y seguimos caminando.
Conversamos mucho, hablamos poco.
Pero hablamos de todo. Aunque ahora que lo pienso, no hablamos de casi nada. En
ese momento la conversación solo fluía, como fluía también el alcohol. Y me
besaste. Luego seguimos caminando.
Empezaste a hablar sin parar, me
contabas sobre tu último viaje. “Deberíamos viajar”, dijiste. “Yo solo te
quiero esta noche”, pensé, pero te dejé seguir. Me tomaste de la mano. Yo te
quise soltar, y te diste cuenta. En lugar de soltarme, me agarraste un poco más
fuerte.
Me detuve a comprar. Tú comenzaste
a jugar con mi cabello, me abrazaste desde atrás, por la cintura, y me besaste
el cuello.
Creo que ese fue el momento que
lo decidió todo.
Volteé y te besé también. Tú
sujetabas mi cabello, y eso hacía que no quisiera dejar de besarte.
Comenzamos a caminar, como
programados hacia un mismo destino. Paraste un taxi y mientras tú le dabas tu dirección,
yo trataba de no pensar que esa noche había decidido encontrarme contigo para
terminarlo todo. “Vamos, linda”, y subimos.
En el taxi volviste a sujetarme
la mano, y recostaste tu cabeza sobre mis pechos. Suspiraste como tomando valor y
dijiste “te quiero”. Yo no respondí, tú no esperabas una respuesta. Volviste a
recostar la cabeza y abrazaste mi cintura. Yo miré por la ventana.
Llegamos. Bajamos del taxi,
subimos las escaleras, nos quitamos los sacos. Habías dejado todo listo. La luz
era tenue, la música sonaba como a lo lejos, y tú sonreías como un niño.
“¿Te gusta?” preguntaste. “Está
lindo”, te dije mientras me sacaba los zapatos y me soltaba el cabello. “Ahora ven acá”, y me agarraste la mano, y me jalaste hacia ti.
Me abrazaste, besaste mi mejilla
y me quitaste la ropa lentamente, mientras te la quitabas tú también. Cómo
disfrutaste cada momento… A mí también me gustó.
Me gusta hacerlo en la sala. Me
da cierto sentimiento de libertad y de poder, el estar desnudos en el centro de
tu casa...
Me desperté cerca de las cinco,
me tenía que ir. “Me encantaría que te quedes”, me dijiste -una vez más-, y luego
dudaste para volver a decir “te quiero”.
Me vestí y antes de salir te di un beso y te miré directamente a los ojos. Luego me puse el saco, los zapatos, amarré mi cabello, y
bajé las escaleras. Salí de tu casa sonriendo, y dije al aire “yo también”.
Lunes
26 de septiembre de 2011
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