jueves, 2 de septiembre de 2010

Fuiste mía

Esa noche decidiste salir sola. Raro en ti, que dependes siempre de alguien más. Raro en mí, que no te quise acompañar. Raro, en fin.

La duda no me iba a dejar tranquilo, así que salí tras de ti. Caminamos por más de cuatro horas sin que te dieras cuenta que te seguía. ¿Alguna vez te dije que me gusta verte caminar? El compás de tus hombros tiene un efecto hipnotizante en mí. Debe ser por eso que me gusta tanto seguirte.

Esas cuatro horas fueron muy productivas para ti. Cuatro horas. Tiempo suficiente para que compraras tus cigarros y los fumaras. La mayoría de ellos fueron durante la cuarta hora. No me gusta el olor del cigarro, pero es una delicia verte fumar. El humo se desliza entre tus labios como tus cabellos entre mis manos cuando te beso.

Cuatro horas. Tiempo suficiente para hacer unas cuantas llamadas. ¡Cómo se iluminaba tu rostro cuando te contestaban! Qué hermosa eres... Tu sonrisa es una de las pocas cosas que podría ver sin cansarme. Tus dientes pálidos son lo más cercano a la perfección.

En esas cuatro horas caminaste por nuestra plaza, por nuestro bar, por nuestro restaurante y por nuestro hotel. Nuestros todos, de nadie más. Hasta esa noche. Hasta esa noche en que "nuestro hotel" dejó de ser nuestro y pasó a ser de ustedes. ¿Te ha dicho él lo hermosa que eres?

Te vi salir. Lo vi salir. Tuviste el descaro de besarlo frente a mí. Él te besó el cuello y se largó. Tú echaste a andar. Miraste tu reloj y apresuraste el paso. Dudaste en ir por nuestro camino o tomar el atajo. Te decidiste por el último, porque yo te esperaba en casa y debía estar preocupado por tu demora.

Te adentraste en el callejón, a pesar del escalofrío que sentiste al no divisar absolutamente nada en las penumbras. Caminabas presurosa, como si tuvieses algún destino. La sombra de tu cuerpo iba siempre delante, larga, muy larga.* El escalofrío volvió con el silencio que te acompañaba y con la visión de una nueva sombra que acompañaba a la tuya.

Te tomé por el cuello y te tapé la boca. Te volteé para que vieras mi rostro y supieras que yo lo sabía. Los dos llorábamos, tú del dolor causado por mis manos, y yo por el dolor causado por tu traición.

Lo hice rápido. No quise hacerte sufrir, y no quise sufrir más yo. De pronto tu cuerpo se volvió más pesado. Te coloqué delicadamente junto a la acera y te dejé ahí, bella, como siempre. Podría haberme quedado ahí viéndote, sin cansarme.

¿Te he dicho alguna vez lo hermosa que eres?

Viernes 27 de agosto de 2010.


* "La sombra de tu cuerpo iba siempre delante, larga, muy larga". Oración -hasta donde sé- de Graciela Progano, profesora de Redacción literaria y publicitaria de Nueva Escuela de Diseño y Comunicación, Bs. As., Argentina. Este texto fue una asignación para esta materia.

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